Hace poco más de una semana.
En un aburrido cóctel posterior a la presentación de un libro.
Como es habitual en estas circunstancias, no queda más que atender y hasta participar en conversaciones al paso, en corrillos mutantes y aleatorios compuestos por personas del trabajo, gente que te presentan de improviso, alguno que ubicas o te suena de algo y desconocidos opinantes que quedan en el olvido -y tú para ellos- nada más perderles de vista.
De este modo me vi envuelto, entre otros, en un intercambio de opiniones acerca de escritores columnistas del diario El País. Uno decía que le gusta Javier Cercas. Para otro el mejor es Javier Marías. Hasta acá, admito, no podía más que estar de acuerdo con mis contertulios. Entonces, agregué a la lista -por decir algo, por no quedarme en silencio, que es lo que debería haber hecho, sin duda- a Ray Loriga, quien también colabora en el mismo periódico. Pero fui tomado en broma. Que a Loriga "se le va la pinza" (que está medio loco), que "viene tan de vuelta" de todo, que desvaría, que es pretencioso, etc. Y se reían. Como es lógico, me sentí algo incómodo. No se burlaban tanto de mí, pienso, como de Loriga, quizá no se burlaban en absoluto y tan sólo se reían de escucharse hablar a sí mismos de esto y de aquello, de lo coincidentes que eran sus apreciaciones sobre esto como podía ser sobre cualquier cosa, claro, pero en la práctica igual desacreditaban en bloque y de un plumazo mi comentario.
Qué más da. Simple socarronería. No me podía importar menos, desde luego. Pero de algún modo, al observarlos festinar con sus ocurrencias contra el autor de Tokio ya no nos quiere, inevitablemente me reafirmé aún más en mi opinión y, aunque ya lo he citado en otras ocasiones a Loriga, creo oportuno volver a hacerlo, esta vez a propósito de su más reciente columna, titulada "En compañía":
"En la infancia, puede uno permanecer solo largo rato, aprendiendo algo acerca de sí mismo. Con la edad, el ejercicio de la soledad resulta cada vez más doloroso, menos instructivo. Queda poco que aprender, nos hemos decepcionado lentamente, apenas podemos esperar ya sorpresas, lo que imaginábamos no ha sucedido, no somos quienes queríamos ser y no queda otra que aceptarlo. Para paliar esa náusea se buscan amigos", comienza diciendo Loriga en su artículo. Y prosigue:
"La amistad en la vida adulta sustituye muy efectivamente al éxito o al deseo del mismo, la amistad entretiene y reconforta, somos aceptados por lo que hemos resultado ser y nuestros fracasos se olvidan por un instante en presencia de un amigo. Lo que nos quede por soñar también encuentra en la amistad un estímulo renovado que compensa con creces las energías perdidas en la soledad de nuestros primeros e infantiles empeños."
Esa noche, la del cóctel, no volví a hablar con las dos personas que desdeñaban tan sueltos de cuerpo -y tan libres de hacerlo, por lo demás- al también autor de Sombrero y Missisippi y El hombre que inventó Manhattan. Pululé de un rincón a otro, bebiendo copas y riendo con quien me saliera al paso, hasta que se hizo un poco tarde y me fui a casa.
Lentamente andando por las calles céntricas de Madrid.
Al fin, solo.
Sola
ResponderEliminar"La amistad en la vida adulta sustituye muy efectivamente al éxito o al deseo del mismo, la amistad entretiene y reconforta, somos aceptados por lo que hemos resultado ser y nuestros fracasos se olvidan por un instante en presencia de un amigo. Lo que nos quede por soñar también encuentra en la amistad un estímulo renovado que compensa con creces las energías perdidas en la soledad de nuestros primeros e infantiles empeños."
ResponderEliminarajajajajjajajaa...
JAJAJAJJAjajajAJAJA...
ja ja ...ja .
jah !
Juaz!
ouch !
snif !
Bah ! que tanto , hace rato me asumo como una completa loser en la vida , pero me llena por completo tenerte aún en mi vida .
Jah !