miércoles, 16 de noviembre de 2011

el mundo material

Buscar ser algo o alguien. Algo distinto a lo que se es. O a lo que parece que se es. O buscar encontrarse con el reverso de ese que también, pese a todo, se es.

Es lo que me pareció entrever en el documental de Scorsese acerca el ex Beatle que quizá más que cualquiera de los otros quería desligarse de la banda cuanto antes, por mucho que ésta sacara lo mejor de sí, por mucho que después extrañase trabajar en grupo, en un grupo tan grande como The Beatles.

No debió ser fácil, durante diez años y finalmente durante toda su vida, ser ya no el segundo sino el tercero de abordo en una banda que tenía entre sus filas a Lennon y McCartney.

No debió ser fácil convivir consigo mismo cuando ello implicaba reaccionar con igual entusiasmo ante asuntos tan disímiles, en los papeles, como la Fórmula 1, la jardinería y el misticismo de la India. Por no hablar de las mujeres o las drogas, los lujos, el dinero y la espiritualidad. Menos si a esto le sumamos el hecho de estar en la mira pública por ser un ex Beatle.


McCartney era –es- un geniecillo, con aptitudes musicales muy por sobre sus compañeros; Lennon era el líder, tenía garra y personalidad y seguridad en sí mismo; Ringo, pese a sus dudas, tenía claro su rol en el grupo, era ingenioso y tenía buen humor. Harrison era el guitarrista tímido y enigmático. Y hasta acá ningún problema.

El problema es que era demasiado consciente de la situación (¿por qué siempre era el más serio?) y, sin embrago, buscaba, quería más. Ser más. Con el inconveniente de tener como contrapeso a esa tremenda dupla compositora en su misma balanza. Entonces, como hasta cierto punto es lógico, sale buscar afuera. Y, testarudo como era, encuentra. Porque eso es lo que necesita: encontrar, diferenciarse, no ser sólo un ex Beatle; mientras sus compañeros estrella se cuestionaban el mundo, él se aferraba a las respuestas que decidió adoptar.

Como pasa con las religiones o fanatismos, que dan respuestas a asuntos indemostrables, pero que nadie te puede objetar. ¿Una salida fácil? Sí y no, porque en caso alguno le resultó fácil. Tal como señala un condescendiente, lúcido y respetuoso McCartney: “para George las cosas eran blanco o negro”.

No existían puntos intermedios, por eso se afanaba en controlar su entorno, sus relaciones, su jardín, su estudio de grabación... En controlarse a sí mismo, a su mente que con toda seguridad lo traicionaba. A veces era encantador, otras violento. Si no hubiese sido por The Beatles, ¿quién hubiese sido George Harrison? Es lo que me pregunto después de ver Living in the material world (vaya título, y extraído de uno de sus propios discos). ¿Un asesino? ¿Un policía corrupto? ¿Un violador? ¿Un dandy? ¿Un buen tipo que va al siquiatra para no cometer delitos? ¿Un evangélico? ¿Un seguidor de gurúes tipo Paulo Cohelo? (Esto último, de algún modo, lo fue).

Quién sabe. Bastantes críticos y espectadores, tras una mirada a la rápida en páginas web, veo que tienden a pensar que a Scorsese se le nota en exceso su calidad de fan, que el documental (proyectado en dos extensas partes que suman como tres o cuatro horas) es benevolente, un tributo, o bien lo acusan de que se deja muchos temas afuera o apenas insinuados, como las infidelidades de Harrison con su esposa que, dicho sea de paso, es productora asociada de la peli, o los plagios de los cuales fue acusado (y con bastante razón: ver “My sweet Lord” v/s “He's So Fine” de The Chiffons) u otras delicadas aristas de su personalidad que, de haberlas explorado en profundidad, Scorsese, primero, no hubiese tenido –supongo- permiso de los familiares para exponerlas; segundo, el documental se hubiese transformado en un culebrón sensacionalista y algo resentido; y tercero, hubiese durado tres horas más de las que ya dura. Pero, tal vez por esto mismo, por dejarse episodios en el tintero, es que es tan inquietante. Tan notable. Mucho más –son otra cosa- que lo que hizo con Dylan (No direction home) o con los Rollings Stone (Shine a light).

Las reseñas que he leído hablan de la fascinación de Scorsese por la música, pero yo creo que más que con la música, su fascinación es con el tipo de personajes que, como Travis Bickle en Taxi Driver, no acaban de cuajar, aquellos que se debaten en su interior entre el amor y el odio, entre sentimientos que los avergüenzan pero no pueden evitar ni tampoco asumir. Que buscan salidas más que entradas. Que necesitan respuestas porque las preguntas en lugar de potenciarlos -como a Lennon, que las transformaba en causas e ideales sociales-, los atormentan y debilitan.

De ahí que Harrison necesitase la meditación, deduzco, que fuese a la India, que optase por la espiritualidad aun viviendo en una fastuosa mansión alejada del mundo real.

No sé.

Soy fan de los Beatles. A hard die fan. Pero a mí siempre el que me gustó fue Lennon. Seguro que a Harrison también le gustaba Lennon. Pero él tenía que ser Harrison, no un fan del líder de su propia banda. Hasta ayer en la noche no había reparado demasiado en estas cosas, y eso que tengo sus discos solista y me sé y me gustan sus canciones y todo. Intuía, a lo más, que su imagen representa, de algún modo, a la del eco-hípster actual, aquel que prefiere el campo, el vegetarianismo, que piensa en su mente, en un más allá y opta por lo low-fi. Pero no todo lo hípster -es más, casi nada, al igual que no todo lo hippie- es sinónimo de artístico o natural o creativo, a veces al revés: es sólo vanidad, evasión o moda, y Harrison, de hecho, descrito por sus familiares en el documental, era desde niño más bien "cocky": coqueto o engreído.

Ahora también capto, gracias a Scorsese, por una parte, la personalidad ambivalente, atormentada, resentida y –aquí tal vez su grandeza- luchadora de Harrison, y por otra el profundo temor, la gran inseguridad que lo invadía y el autocontrol que se impuso, y cabe pensar que hizo bien en habérselo impuesto.

Lo han tildado como el Beatle “misterioso”. Ok. Pero qué hay detrás. Por qué ese misterio, qué esconde. ¿Esconde algo? Por qué tenía que apostar tanto por ese karma, misticismo y sentido de trascendencia. Pues es justo eso lo que Scorsese, según creo, devela en su peli. Y lo hace sin incurrir en el mal gusto del cotorreo o la denuncia, si no que apuntando gestos, palabras, escenas de archivo sutiles pero directas finalmente, además del testimonio de sus ex compañeros de banda, de personajes como Phil Spector (¡grande!), Eric Clapton o George Martin, entre muchos otros.


Scorsese se mete en camisa de once varas, y entiende que no hay que decirlo todo. Al no decirlo todo sino algo -como bien sabía Hitchcock-, al dejar entrever más que ver, el resultado es aún más estremecedor, más inquietante.

Será porque, en mayor o menor medida, todos como Harrison, pese a disimularla, tenemos una cara B, nuestro propio dark side que detestamos (o no) pero ante el cual nos rendimos sin chistar, sin darnos cuenta incluso.