domingo, 12 de diciembre de 2010

quise quedarme pero me fui

Hace poco hablaba con mi hermano Álvaro por teléfono. Me decía que ayer fue a un festival de música llamado "El abrazo", donde bandas y solistas de Argentina y Chile tocaron juntos, por primera vez en un evento de esta naturaleza, al menos.
Y nada, que ahora, peluseando en Internet y viendo qué tal el show encuentro el vídeo que posteo más abajo.
No es del multiconcierto de ayer, pero da igual.
Me llevó a encontrarlo.
Spinetta tocando Filosofía barata y zapatos de goma, de Charly García.
Dos de los que, dicho sea de paso, estuvieron anoche bajo la primaveral lluvia santiaguina.
Y da lo mismo todo, si de allá o de acá o de más acá.
Con el puro instinto fan de querer compartirlo, que se propague entre los que por casualidades cósmicas -y cyberespaciales- deba propagarse, simplemente.

jueves, 2 de diciembre de 2010

declaración... de principios

Everybody seems to think I'm lazy
I don't mind, I think they're crazy
Running everywhere at such a speed
Till they find, there's no need

Please don't spoil my day
I'm miles away
And after all
I'm only sleeping


J. Lennon ("I'm only sleeping")

lunes, 29 de noviembre de 2010

en blanco

Ayer
Paso a buscar a Gus y observo la luz lejana del sol que se asoma tras la estación de Atocha al amanecer. Nos vamos al Retiro echando humo por la boca. Al llegar, una multitud de corredores estirando, trotando, meando tras los árboles y en rincones. Diez mil personas frente a la línea de salida, reunidas y prestas a completar los kilómetros que tenemos por delante de la mejor manera posible pese al frío.

Más tarde, en la cafetería que está a la vuelta de la casa de Gus, desayunamos junto a Puri, que ha venido a darnos ánimo. Me quejo un poco de la muchedumbre, comentamos los pormenores de la carrera y evaluamos nuestros respectivos desempeños atléticos durante la misma.

Corte. Estoy en la bañera, los músculos relajados y repasando la jornada matutina: disminuí en casi un minuto mi marca anterior en los 10 kms; nada mal para lo desentrenado que estoy-. Semisumergido y lidiando con el vapor que me empaña las gafas, termino la novela Quemar un pueblo del Pato Jara, que trata temas como la tolerancia, la diferencia y la dignidad de los marginados. Y que nada puede salir bien si se parte de la base de la exclusión como moral social, fenómeno que, por cierto, no dista demasiado -la exclusión, digo- de lo que podemos observar hoy por hoy no sólo en Chile, uno de los lugares donde transcurre la novela, sino en demasiados otros sitios.

Al anochecer, junto a mi amigo y flatmate Mauricio nos vamos al cine. Vemos Uncle boonmee who can recall his past lives del tailandés de nombre y apellidos impronunciables que ganó la Palma de Oro en Cannes. Un hombre enfermo espera la muerte. Tiene los días contados y lo sabe. Entonces se le aparecen –sentados a la mesa, mientras cenan- los fantasmas de su ex esposa y de su hijo que se hizo humo tiempo atrás y ahora llega convertido en una especie de hombre lobo con los ojos rojos. En medio de sus remordimientos por haber matado a comunistas con la misma conciencia de quien ha matado insectos, el moribundo parece transmutarse ante el espectador en otras vidas, como la de un pez, por ejemplo, que seduce a una princesa.
-¿Adónde iré después de muerto? –le pregunta al espectro de su difunta mujer-. ¿Al cielo?
-El cielo está sobrevalorado –responde ella.

Una película que tiene fantasmas, desdoblamientos, animales por doquier y zoofilia poética (?), una película llena de fantasía que exhibe entornos naturales hipnóticos, que hablan por sí mismos –bosques indescifrables, cascadas de agua, cuevas de piedra como un útero-, una historia desbordante de imaginación y que se toma el tiempo que le hace falta, pues su director debe tener claro que lo importante es llegar adonde quieres llegar aunque tardes, y no llegar antes a un sitio que no deseas.



Antes de ayer
Salgo por la mañana en bicicleta a recoger el número (dorsal) con que correré mañana.
Salgo al paseo del Prado y, ante la ausencia casi total de ciclovías, me meto alternativamente tanto a las veredas como a la calle. En un cruce de peatones intento subir la cuneta levantando la rueda delantera y me desplomo aparatosamente hacia delante, cayendo de bruces con los auriculares del Ipod todavía sonando en mis oídos. No me ha pasado nada grave, pero el manubrio de la bicicleta se tuerce y ya no hay manera de enderezarlo. Sospecho, incluso, que no tiene arreglo. Decido, no obstante, seguir mi camino y me echo a pedalear por la Castellana hasta Nuevos Ministerios.
A veces hay que seguir sin importar las caídas, me alecciono como para darme aliento, sin importar las heridas y los daños. Es seguir o devolverse.
Opto por seguir.

Horas después, de hecho, insisto: me voy pedaleando también al cine con mi bicicleta jodida.
Al llegar al Renoir de Retiro, la amarro a la salida en un poste y, por su aspecto, no temo que me la roben. Entro, me siento en la butaca y comienza Copia certificada, la última película del iraní Abbas Kiarostami, con la eternamente guapa Juliette Binoche. ¿Qué se cuenta? Un día en la vida de una pareja adulta. Un día partido en al menos tres instantes cuyas fronteras son apenas visibles. La seducción, la confrontación con el entorno y la aceptación de sí mismos. Personajes que se maquillan para seducirse, que asumen roles, que se reflejan en una pareja de recién casados, en una pareja de turistas y en otra de ancianos que ya no hablan para comunicarse; un hombre y una mujer que buscan conectar y esquivar la rutina que los marchita por medio de una serie de juegos de representación. Una pareja que, de algún modo, se sitúa a ratos en un gran fuera de campo con respecto a los demás –y los demás muchas veces somos los espectadores-, pero que gracias a la destreza de Kiarostami, no obstante, seguimos tan de cerca que, en las últimas escenas, la mirada que cada uno de ellos dirigen al espejo es una mirada vuelta hacia adentro a la vez que una mirada que nos interpela directamente. Pero, ¿cuál es el tema de la peli? El valor de la copia, del original, la imposibilidad –la inutilidad- de distinguir una de otra. ¿Las personas no somos acaso la resultante de una combinación de ADN preexistente y, por lo tanto, copias con variaciones de nuestros ascendientes (que a su vez son otras copias)? Pues para Kiarostami esta parece ser la única condición posible del cine –del arte- en la actualidad. Ésta es su película -según leía en una revista- menos experimental, la primera que no rueda en Irán (esta vez es en la Toscana, en Italia, donde unos personajes dicen, en determinado momento y en absoluto por casualidad, que la ciudad les parece un museo al aire libre), pero no la menos arriesgada; aunque de lenta digestión, me queda dando vueltas, reverberando como el coro de una canción que me suena pero no logro acordarme la letra.



Antes de antes de ayer
Después de la embrutecedora rutina laboral, de la cual no merece la pena reseñar ni estas palabras precedentes, llego a casa, descanso un rato y me largo a correr al parque. En un par de días será la carrera y mi condición física, desde que cumplo horarios y calendario, es cada vez peor. Pero no pienso darme por vencido. Me calzo las zapatillas y salgo al frío otoñal de Madrid repitiéndome una obviedad que, sin embargo, me ayuda: entre salir a correr, por mucha pereza que tenga o frío que haga, y no hacerlo, es mejor hacerlo. Y corro.

Hoy
Me asomo a la ventana en el trabajo.
Cae la primera nevada de la temporada en Madrid.
Dentro de unas cuantas horas podría estar todo cubierto de blanco.

domingo, 21 de noviembre de 2010

arcade fire

Ayer, antes del concierto, me preguntaban qué era lo que iba a ver por la noche.
No se me ocurrió otra cosa que generalizar, pero desde la arbitrariedad, por supuesto:
-Si los 60s fueron de los Beatles, los 70s de Abba -decía yo, muy convencido-, los 80s de The Cure y los 90s de Radiohead, pues los 2000 son de Arcade Fire.

viernes, 19 de noviembre de 2010

asterios polyp

Hace casi un año, después de recorrer y “experimentar” Ámsterdam durante unos días, me pasé una vez más por esa ciudad-objeto-de-mi-deseo que es Berlín y que se encuentra a tan sólo unas pocas horas en tren desde la capital holandesa. A disfrutar una semana o así del frío prenavideño alemán. Y aproveché también de regresar a la compacta pero gran librería –una de mis favoritas- Modern Graphics, ubicada en la popular calle Oranienstraße. Embriagado entre tanto cómic y novelas gráficas, y con un presupuesto personal más que limitado, compré apenas un par libros. Uno lo regalé, Clumsy de Jeff Brown, y el otro me lo traje a Madrid y se convirtió en una de los mejores libros –gráficos o no gráficos, de cualquier tipo de género- que leí en mi vida. Esa onda. Además, acababa de publicarse. Me refiero a Asterios Polyp, la primera y magna obra escrita y dibujada por David Mazzuccheli.


La edición estaba en inglés y pensé que mejor así, leerla en su idioma original, sin contar con que seguramente demoraría en ser traducida y publicada en español, lo cual, por cierto, acaba de suceder estos días gracias a la editorial madrileña Sins Entido, y es apropósito de esto mismo –del feliz recuerdo de esta lectura y de la feliz noticia de su publicación en España- que escribo estas líneas.

La primera vez que leí un libro ilustrado por Mazzuchelli fue Ciudad de Cristal, adaptación de la novela de Paul Auster. También fue la primera vez que leí una novela gráfica, al menos bajo esta denominación. Antes, de niño y no tan niño, había leído, entre otros, Oliver Twist de Dickens, por ejemplo, en una magnífica versión con viñetas tipo cómic que tenía mi padre cuando no existía una categoría oficial para referirse a este género. Pero lo cierto es que a partir de Ciudad de Cristal mi interés por estos libros anfibios se disparó y me puse a leer y a conseguir todo cuanto pude. Hasta –me sabe mal decirlo, pero qué diablos- saqué adelante la edición de Road Story, considerada (discutiblemente, por supuesto) como la primera novela gráfica chilena, hecha por el gran Gonzalo Martínez sobre un cuento del mismo nombre escrito por el gran Alberto Fuguet. Y bueno, editada por mí y publicada a través de Alfaguara. Lindos recuerdos…, en fin.
Pero a lo que voy.
Mazzuchelli.
David Mazzuchlli, el estadounidense que se había dado a conocer más por sus adaptaciones (Batman, Daredevil… ambas de Frank Miller) y colaboraciones que por obras cien por ciento propias… Hasta hora, claro.


Asterios Polyp le llevó como 10 años, y no me parece que sea demasiado tiempo.
Asterios Polyp se llama el protagonista de la historia, un pragmático, misógino, engreído y súper estructurado arquitecto que ejerce de académico, premiado por sus libros de teoría, pero que nunca construyó nada concreto.
Todo comienza con un incendio en el edificio donde él vive. O quizá mucho antes. Pero es a contar de este episodio que se desencadena una serie de hechos que harán que la vida de Asterios Polyp de un vuelco radical.
Creo que como sinopsis argumental, es suficiente. El resto es literatura. O plástica. O las dos cosas. Y mucho más, desde luego. Una obra de arte. Una declaración de principios épica y estética, con una moral cercana a la de Clint Eastwood en cuanto a la composición, defensa y cariño por sus personajes y a nadie que yo conozca en cuanto a la notable búsqueda y experimentación gráfica que exhibe Mazzuchelli a lo largo de estas casi 350 páginas de puro goce, inteligencia, sentido del humor y del ritmo, de rigor artístico y de unos diálogos dignos de la más alta narrativa.


Leer un volumen como éste es distinto a leer una buena novela, distinto a leer un buen comic y distinto a leer, incluso, una buena novela gráfica… Creo que Mazzuchelli va más allá de toda clasificación y con Asterios Polyp ya puede descansar en paz, aunque quizá, quién sabe, dentro de otros 10 ó 20 años volvamos a toparnos con una obra de semejante magnitud. Cruzo los dedos.

viernes, 12 de noviembre de 2010

we will survive

Llega un momento en que comienzas a resistir. Por lo menos durante un periodo; en muchas ocasiones, durante toda la vida. No te das ni cuenta y abandonas la pelea.
Ya sea por ganada, perdida o –más triste aún– por olvidada abandonas la lucha y entonces resistes. Te aferras a lo que sea que hayas conquistado y resistes, por mucho que esa conquista no te corresponda, no te sirva, aunque sea imposible identificar siquiera una bandera que enarbolar, aunque no merezca la pena y lo conquistado no sea más que el residuo de lo que no conseguiste conquistar originalmente y lo que queda es con lo que te quedas, que será poco pero es más que nada, mero premio de consuelo, pero, mal que nos pese, nuestro -si existe acaso algo realmente nuestro.
Así resiste la memoria, el cuerpo y el alma (¿alma dije?).

Hay resistencias que connotan cierto aire de valentía –de nobleza–, como la de los rehenes que se niegan a delatar a lo que sea que guarden fidelidad pese a las torturas de sus captores, por ejemplo.
Los argentinos, que entre paréntesis tienen hasta una ciudad –capital de la provincia del Chaco– llamada Resistencia, han debido atravesar toda clase de dificultades durante la última década, y ellos, propensos por naturaleza a transformar palabras y adoptarlas como conceptos propios, hablan del “aguante”. Se le pide a su gente y a sus ídolos –sean músicos, futbolistas o hasta al más insignificante de los personajillos de la tevé– que aguanten: “Aguante Charly”, “aguante Boca”, “aguante Maradona”…
En Chile, como prueba de nuestra pasmosa capacidad de sumisión, “apechugamos” o “aperramos”. Alguien “aperrado” es alguien que resiste… como perro, deduzco. Pero los perros –ojo– son los animales domésticos –domesticables– por definición, susceptibles como ningún otro (además de los humanos) a ser adiestrados, a obedecer, a someterse, en definitiva, a la voluntad del amo.
Es curioso pero, en cambio, en España, donde se ha padecido durante cuarenta años a un siniestro dictador, además de varias otras vicisitudes –la crisis económica la más reciente de ellas–, los peninsulares no parecen haber adoptado una palabra equivalente para designar esta ambigua condición, esta forma de ser y estar en la vida. Por algo será que, con o sin euros en el bolsillo, los bares y restaurantes siguen llenándose, los festejos no cesan, en Madrid al menos, y todo parece encontrar una suerte de acomodo más cercano a la resignación –a la evasión, mejor dicho– que a la resistencia.

En la mitología griega, se supone que Zeus condenó al fortachón de Atlas a cargar sobre sus hombros con el peso de los cielos, aunque el titán sea representado habitualmente resistiendo el peso de un globo terráqueo.
Los mismos griegos proclamaron el estoicismo, tal vez el non plus ultra de la resistencia como moral, donde defendían la razón y la virtud como fuentes únicas para alcanzar la plenitud, y postulaban huir de la pasión (del phatos) como de la peste por ser esta incontrolable.
Más de veinte siglos después: la traducción al español de la magnífica canción "I will survive" es "Resistiré".
Entonces, ¿sobrevivir = resistir? Pues parece una ecuación más que aceptable, sobre todo porque en este caso, el de la canción, a lo que se sobrevive es justamente a una pasión.

No por nada las primeras entradas que ofrece la RAE para definir el término “Resistir” son:
1. tr. Tolerar, aguantar o sufrir.
2. tr. Combatir las pasiones, deseos, etc.
3. intr. Dicho de un cuerpo o de una fuerza: Oponerse a la acción o violencia de otra.
4. intr. Dicho de una persona o de un animal: pervivir.

Estatua del titán griego Atlas en NY

En un texto escrito por Ernesto Sábato, llamado precisamente La resistencia, el autor de Sobre héroes y tumbas dice:

“Antes, cuando la vida era menos dura, yo hubiera entendido por resistir un acto heroico, como negarse a seguir embarcado en ese tren que nos impulsa a la locura y al infortunio. ¿Se le puede pedir a la gente del vértigo que se rebele? ¿Puede pedirse a los hombres y a las mujeres de mi país que se nieguen a pertenecer a este capitalismo salvaje si ellos mantienen a sus hijos, a sus padres? Si ellos cargan con esa responsabilidad, ¿cómo habrían de abandonar esa vida?”

Está la resistencia de los pueblos (la indígena, la judía), la resistencia armada de los países -todas implican una defensa ante una amenaza externa-, la resistencia eléctrica, la térmica y la de los materiales. Están también las carreras de resistencia: la resistencia aeróbica. Pero también hay otro tipo de resistencia menos definida, pero tal vez más ardua y frágil y esquiva, invisible hasta para uno mismo, la del individuo común y corriente, un poco la que alude Sábato en la cita precedente. La resistencia de todos los días. La resistencia no necesariamente valiente de cualquiera de nosotros frente a los asuntos cotidianos.

Matt Bellamy, el líder de Muse, cuyo último álbum, dicho sea de paso, se llama The resistance, declara en una entrevista que:

“I think people of my generation in the West have enjoyed quite an insulated existence. My nan, who’s in her 90s, always reminds me about those who lived through wars. They know about change and struggle and resistance. Who knows, we might have to experience all that again.”

Pero estas vidas “aisladas”, de algún modo, no creo que estén exentas ni a salvo de resistir, por mucho que no se desenvuelvan en medio de una guerra mundial. Lo que ocurre es que ya no sabemos del todo frente a qué resistimos.
Intuimos, no obstante, que debemos tener paciencia, que estamos obligados a tragar, que nuestros músculos internos y externos deben oponer a diario una fuerza igual o mayor a cuanto nos vemos expuestos, ya sea a un trabajo, la familia, una pareja –o a la ausencia de estos–, a las obligaciones, al entorno o incluso a la cadena entera de actividades a las que dedicamos nuestro tiempo. Y nos podemos pasar la vida perfeccionando nuestra resistencia con tal de no ceder, nuestra capacidad para doblarnos sin rompernos, de no asumir el riesgo que esto implicaría. Un riesgo que, en el peor de los casos, podría perjudicar a otra gente, a las personas cercanas, como advierte Sábato, lo que lo convierte –al riesgo, a su posibilidad– en una garantía de orden (cívico, social), por una parte, pero también en una forma de violencia contra uno mismo por otra.

“Es lo que tenemos los cobardes, siempre hay alguien cerca para justificar nuestra pasividad.” Lo dice el protagonista de una novela corta llamada El Jardín del zaragozano Andrés Cirac, quien con este relato acaba de ganar un concurso y debuta como novelista. La historia gira en torno a un hecho central: en el patio trasero de la casa donde un hombre vive junto a su familia, se instala otro hombre, un desconocido en medio de su jardín que se abraza a un limonero sin darle explicaciones a nadie. Esto desencadena una compacta y precisa ficción sobre fracasos y omisiones íntimas.

“… la vida no es lo que queremos sino lo que tenemos”, dice el protagonista y narrador. “Es evidente que esta no es la vida que yo hubiera deseado, es evidente que no siento mi vida como algo propio que pueda identificar con mi ser. ¿Quién es el responsable? Marta y las nenas, e incluso mi suegro, no son culpables, tal vez en el fondo son mis víctimas, porque yo soy la anomalía que se ha interpuesto en sus vidas; soy yo quien, cobardemente, ha elegido una vida que no me correspondía junto a personas que no me correspondían.”

La historia transcurre de un día para otro, desde que aparece este desconocido incomprensiblemente aferrado al árbol, hasta que el hombre que habita la casa, borracho y confundido, arremete a palos contra él –una suerte de “aleph” suyo– al día siguiente. Un abogado lo intenta convencer de que se salve mintiendo, pero su reacción es otra, una que para no abusar de los spoilers no revelaré, sin embargo las últimas palabras que conocemos de este personaje son elocuentes: “Resistir, esa es mi meta. Resistir. El porqué y el para qué todavía tengo que descubrirlo.”

Ahora que en Madrid se ha instalado el otoño, con su lento arrasar de hojas, viento frio y cielos nublados, ahora que el ánimo recobrado durante las vacaciones de agosto tiende a agrietarse, que el verano y su influjo vital se diluyen dentro de cada uno, más se notan nuestras marcas de resistencia, inútilmente disimuladas en los rostros que vemos en la calle, en el propio reflejo, peatones que salen cada mañana a sus trabajos o a donde sea que se dirijan, automovilistas frente a un semáforo que se transportan como envasados al vacío, ciclistas que disputan cada vereda y trecho de asfalto con estos últimos, los que –como yo– deben usar el metro o el autobús, restringidos a unos pocos centímetros cuadrados de efímera comunión para llegar a cumplir con nuestros compromisos, feligreses que aturden la conciencia en los bares y deportistas eventuales que se ejercitan en gimnasios o lugares públicos... Todos, en cierta medida, resistiendo, ¡por qué, para qué!, esperando, soñando con el momento de vencer al fin tales resistencias mientras éstas no hacen más que fortalecerse... tan a nuestro pesar.


A mi juicio, la mejor versión de este temazo, por Cake

jueves, 4 de noviembre de 2010

ser feliz y la disciplina

You Will Meet a Tall Dark Stranger, se estrenó hace un par de meses en España. Asistí, como siempre, a la cita anual con Woody Allen, quien nunca nos falla, aunque un día este feliz acontecimiento -un filme por año desde hace más de cuarenta-, me temo habrá de dejar de ocurrir, pensaba a la salida del cine, ¡cuánto lo extrañaremos!, joder. Copio un par de citas rescatadas de una entrevista que le hicieron en un periódico local a propósito de la peli:

"La única forma de vivir feliz es negando la realidad y comprando ilusiones que den sentido al universo. Existe toda clase de fantasías para negar la aflicción de la condición humana."

"La gran lección que aprendí de niño, y que me ha ayudado toda mi vida, es que, para conseguir algo, necesitas disciplina. No puedes poner excusas. Cada día practico 45 minutos de clarinete porque quiero tocar música. Si quiero escribir, me levanto por la mañana, cierro la puerta y escribo. Cuando era niño, lograba muchas cosas no porque tuviera más talento, sino porque, simplemente, me aplicaba. Es cierto que mi madre era muy estricta y me repetía: «Si no te pones, nunca serás capaz de hacer nada». Así de simple. Yo se lo repito a mis hijas."

jueves, 28 de octubre de 2010

sorpresas en el barrio

La mía es una calle de galerías.
Dr. Fourquet, así se llama la calle, abarca sólo dos cuadras separadas por una pequeña ronda que tiene una fuente de agua en medio. Al estar situada casi inmediatamente atrás del museo Reina Sofía, supongo, resulta comprensible que al salir de mi edificio, cada mañana, tenga dos galerías de arte a mi derecha y tres a mi izquierda; además de dos tiendas de ropa, una floristería y un bar que hace esquina, esto último nada de raro, hay bares en todos los rincones de España. Pero en lo que me fijé con mayor atención cuando me mudé a vivir acá, hace ya un buen rato, fue en la librería de la otra esquina, la que está al llegar a Argumosa -calle emblema del barrio-, justo de cara a la pileta.
“La libre”, como fue bautizada, es pequeña pero con vitrinas vistosas y ordenadas con estilo propio, solía tener una buena selección de novedades editoriales y ciertos libros de fondo indiscutibles, más alguna rareza que ofrecer a lectores omnívoros o bien pretenciosos, o las dos cosas. Ahora, desde hace pocos meses, es una cafetería. Con libros, pero cafetería. Una cafetería modernilla, al estilo berlinés, un collage de muebles y accesorios. Y con libros. Con libros de segunda mano, eso sí, la mitad casi en inglés, también best sellers olvidados, saldos desteñidos que se escaparon de la trituradora de papel, ediciones baratas de tapa dura y, si uno observa con atención, uno que otro ejemplar que resulta ser toda una sorpresa –parecen reclamar su rescate de entre los demás-, y no sólo por el precio.

Una de estas sorpresas me la encontré hace un mes o así. Ya venía dándole vueltas a un título que vi muy bien reseñado en un par de sitios web, Maletas perdidas, la primera novela del catalán Jordi Puntí, a quien jamás había leído y aún no me decidía a leer, con lo que cuesta hacer un espacio entre las siempre infinitas lecturas pendientes. Ese día vi en la vitrina de “La libre”, sin embargo, un libro suyo. No era la novela: era un conjunto de cuentos llamado Animales tristes. Le pedí a un camarero que me enseñara el libro y, no sin dificultad, lo extrajo de la vitrina, miré el precio, una ganga, y me lo llevé.
Los animales tristes de Puntí resultaron ser parejas que se separan, que se pierden, que se quedan juntos como si estuviesen solos, y viceversa, que se mienten y se dicen la verdad, personas que aprenden a encajar los golpes y a darlos, personas que no se complementan, que no conectan pero que se necesitan, historias de amor y de su contrario, que en este caso nunca es el odio (¿el desamor, el tedio?), pero que poseen una suerte de denominador común en cuanto a tema, estructura, personajes y estilo, lo que confiere al volumen un gusto final más a novela que a cuentos, aunque lo que queda, sobre todo, es una voz, la de su autor, una prosa donde se intuye una marca propia detrás de la sobriedad y distancia con que está escrita.
El mismo día que lo acabé, me hice con su flamante Maletas perdidas, en las que me encuentro metido ahora y comentaré, espero, al final de sus 450 páginas.
Este último libro, dicho sea de paso, ya no hubo manera de conseguirlo en la librería de la esquina.

lunes, 25 de octubre de 2010

ganas de más

La historia de un hombre que no paró de correr. La historia de un atleta, claro, pero sin olvidar que un atleta es siempre más que sólo eso, más que un deportista, sobre todo en el caso del checo Emil Zátopek, el corredor de fondo que batió todos los récords, que de algún modo inventó una forma inimitable de correr, de enfrentar las carreras, en medio de una convulsa Checoslovaquia primero invadida por los nazi y después por los soviéticos, con un leve respiro durante la Primavera de Praga. Zátopek corría como si se fuese a acabar el mundo, con la cara desencajada, haciendo aspavientos con los brazos y meneando la cabeza, dando zancadas irregulares, ignorando las técnicas del atletismo profesional, sin más técnica en realidad que la dictada por él mismo. Y así ganaba todo, con ventajas humillantes sobre sus adversarios, con una facilidad pasmosa. Un hombre que tal vez veía en el acto de correr una forma de libertad ante los numerosos sistemas de control que había en su país y en el mundo.
Su historia no es trágica ni tampoco divertida. Es excepcional, eso sí. Algo que en gran parte me atrevo a aseverar después de leer la intensa y breve novela del francés Jean Echenoz, quien escribe este relato de fondo como si fuese un sprint, del mismo modo como el propio Emil enfrentaba sus carreras: podía tener los 10 mil metros o la maratón (42 kms) por delante y, sin embargo, corría como si fuese una prueba de velocidad, desconcertando a sus oponentes, desafiando a las capacidades humanas, y, por supuesto, ganando invariablemente. Echenoz, por su parte, con un estilo seco que más bien resulta depurado, recrea 40 años de vida y de historia a la velocidad de un rayo, en esta falsa biografía llena de verdad, llena de humanidad y sentimientos aunque nunca se los nombre.


Correr es fascinante, absorbente, de escritura apasionada y apasionante, dan ganas de leer la novela más lento de lo que se lee, de quedarse un rato más con cada párrafo, con cada prueba que gana Emil, “la locomotora humana”, lo apodaban. En Checoslovaquia lo consideraron héroe nacional (no era para menos), pero dado el apoyo que manifestó al líder checo Alexander Dubcek (quien buscaba reformar el comunismo imperante en el país), fue expulsado del partido comunista, impedido de competir en pruebas internacionales y relegado a labores como barrendero para subsistir junto a su esposa, una destacada lanzadora de jabalinas.
Un libro que en lugar de dejarme agotado y con la lengua afuera, me ha dejado –tal como ocurre cuando me echo a dar vueltas al parque del Retiro corriendo- cargado de energía, con las pilas nuevas, con ganas de más.

jueves, 21 de octubre de 2010

el humor, el buen gusto

Transcrito de un podcast:

“Hay gente que está dispuesta a aceptar que no es demasiado inteligente, se dan cuenta que hay otras personas que lo son más o que, en todo caso, tienen más conocimientos o una capacidad argumentativa o intelectiva mayor que la suya, también hay personas que aceptan ser no muy agraciadas -por no decir directamente feas- y se quejan y si están a disgusto pues se operan y esas cosas y, en cambio, es muy raro pero casi nadie acepta que no tiene sentido del humor –todo el mundo cree tenerlo- ni que tiene buen gusto. Es algo curioso, quizá no se acepta porque la inteligencia y la belleza no dependen mucho de uno mismo, son cosas que en parte se heredan –aunque se puedan mejorar-, y en cambio quizá el buen gusto y el humor la gente piensa que depende de uno mismo el tenerlo o no y por eso no se acepta que uno carezca de ellos”.
JAVIER MARÍAS

two lovers

De los estrenos vistos en lo que va del año en Madrid, hay uno que no olvidaré, que me remeció y emocionó como ningún otro: Two Lovers, de James Gray (es de 2008, pero acá la pusieron en la cartelera hace sólo unos meses).

El inmenso Joaquin Phoenix y Gwyneth Paltrow como su fantasía inalcanzable

“Veo el cine como un maratón, no como un sprint. Una carrera de fondo sobre una distancia muy larga. No me interesa la moda. Mi sueño sería hacer películas que se pudieran ver, comprender y sentir en cincuenta años. Los clichés y los efectos de moda desaparecen con los años, una vez borrado el contexto cultural. Alguien le preguntó a Duke Ellington qué tipo de música escuchaba. What kind? There’s the good kind, and then there is the other kind. Lo único que importa es la autenticidad de las emociones. La película que más me gusta de Tarantino es Jackie Brown: se siente que ama a Pam Grier, admiro esa toma de posición ética y estética.”
JAMES GRAY (Two lovers)


“James Gray nos recuerda que el incumplimiento del deseo siempre desemboca en lo trágico y que la promesa de seguridad familiar no esconde más que la afirmación de un tenso juego de apariencias entre lo que pretendimos ser y lo que acabamos siendo”.
ÁNGEL QUINTANA (Cahiers du cinema)

miércoles, 20 de octubre de 2010

un documental actual y un musical clásico

Dos películas vistas recientemente: el -¿falso o verdadero?- documental de Bansky, Exit Through the Gift Shop, recién estrenado, y Bathing beauty, el emblemático musical de la MGM de 1944.

La obra de Banksy, sus grafitis, han convertido al inglés en un artista de culto: sus pintadas en las murallas cuestionan la autoridad, el orden establecido, el libre mercado y todo lo que huele a sociedad de consumo o sistema oficial; además, del autor no sabemos más que su nickname con el cual firma sus efímeras obras, que desde su nacimiento están condenadas a desaparecer, a durar menos aún que los anuncios publicitarios callejeros con que estos grafitis muchas veces juegan a confundirse.
Se publicaron libros con fotografías de estas intervenciones, se estamparon camisetas y se reprodujeron cuadros y posters, pero nada sabemos de Banksy, sólo su contracultural propuesta, que mezcla la plástica, el ingenio, la denuncia, el hecho de ser y estar al margen de la ley, el pop y, last but not least, el humor. Su anonimato, el enigma de su identidad, en todo caso, se mantiene en Exit Through the Gift Shop(cómo no si es prácticamente su marca registrada), donde ni siquiera consta que sea él quien hace el filme; eso sí, se narra el proceso de trabajo de éste y otros artistas callejeros similares, que rayan en la marginalidad del grafitero común y corriente, ese que afea calles con absurdos jeroglíficos de aerosol, pero que en este caso poseen una intención distinta y aspiran a un modo de expresión artística, más allá del mero vandalismo.
Un frustrado director de documentales devenido en artista pop, como protagonista, es el hilo conductor de la historia, y quizá el máximo acierto de la misma, pues a través de él se plantean los cuestionamientos de fondo que hay en la propuesta grafitera original, además de funcionar como contrapunto con el propio Banksy y ofrecer pasajes de bastante hilaridad, lo que sin duda salva a este largometraje de caer en la solemnidad de la cual, por cierto, se ríe en todo momento.


Y este domingo, en la filmoteca de Madrid, pasaron Bathing beauty, todo un referente de los musicales acuáticos y el que hizo famosa a la bella Esther Williams y sus coreografías acuáticas.
Un technicolor recién inaugurado para la época, sketches de humor blanco que hacen estallar de risa al público, espectaculares bailes y la magnífica orquesta del admirable Harry James, disparatados enredos, romance, canciones en medio de parajes y escenografías sorprendentes, muchachas guapas y curvilíneas en bañadores, mucho jazz big band de primer nivel, exotismo, movimientos de cámara y encuadres tan inverosímiles como fantásticos son algunos de los elementos de esta magnífica película, evasión pura y dura, para verla decenas de veces. A mi lado un anciano con la barbilla apoyada en su bastón miraba embelesado las imágenes, seguramente transportado hacia rincones de su pasado.
La proyección acabó con una salva de aplausos y todos sonriendo, felices a la salida del cine. ¿Qué más se le podría pedir a un domingo por la noche? Hoy la pasan de nuevo y por última vez en la filmoteca (a las 22 hrs).

martes, 19 de octubre de 2010

abandonos

Un buen día –o malo, según se mire– dejó el tabaco, su trabajo, a su mujer y su casa, en este orden. Sin embrago, no se fue a otro país, ni siquiera a otro barrio. Alquiló un apartamento pequeño a pocas calles de donde vivía. La que se fue, fue ella, dolida e incapaz de comprenderlo. De ella, nadie volvió a saber. A él, en cambio, se lo veía dar paseos y hacer la compra como si nada, pero jamás llegó a dar una explicación y a nadie le interesó el tema una vez transcurrido cierto tiempo. Cuando lo conocí me cayó bien, me dijo que se iba de viaje y yo estaba buscando adónde irme a vivir junto a mi novia. A la semana siguiente me enteré de su muerte. Yo dejé el tabaco, mi novia me dejó a mí y el barrio me gusta cada día más.

calle en mi barrio, Lavapiés

el conflicto

Lo importante es plantearse el conflicto, aún cuando no sea para solucionarlo (a veces esto último no se puede), pero cabe el deber de disentir en todo momento, hasta en los momentos felices, porque esa es nuestra naturaleza.
Si aspiramos a la felicidad, es porque antes de ella nos embarga, no necesariamente la desdicha, pero sí al menos la insatisfacción, que es un motor o un veneno paralizante, dado el caso. Por este motivo es que, en principio, nos parece repudiable la ausencia de cualquier cuestionamiento ante determinados actos, ya que, por otra parte, es lo que nos diferencia de los animales, quienes no actúan según una moral ni de acuerdo a nociones de valor como el bien y el mal que merezcan ser cuestionadas, por lo tanto no pueden –no saben- arrepentirse: pueden sentir frustración o incluso tristeza, pero no culpabilidad. De nosotros, los humanos, en cambio, se espera que actuemos a partir de decisiones –no basta el instinto- cuyas consecuencias nos enorgullecerán o, por el contrario, nos avergonzarán. Que seamos concientes de lo que hacemos, se nos pide. Pero la conciencia es tan elástica que, con pasmosa autoindulgencia, a veces, la manejamos en función de lo que nos conviene o acomoda si nadie nos hace rendir cuentas de nuestros actos.
Valgan estas palabras para dar por inaugurado este blog.