jueves, 16 de febrero de 2012

driving sideways

Los viajes, de por sí, lo sacan a uno del estado piloto automático en que solemos vivir la vida cotidiana, por eso regresar al punto de partida puede fácilmente transformarse en un bajón.

Una de las primeras cosas que hago al llegar no es tanto descansar o deshacer la maleta sino ir al cine.

No ver una peli en computador o –imposible- en un aparato de tv, sino meterme al cine, y solo, por mucho que en las demás circunstancias me guste ir acompañado.

Ir como rutina, como ritual, pero sobre todo como una manera de ecualizar los sentidos, estabilizar los niveles de emoción, las pulsaciones y el desconcierto generados durante el viaje.

La sala oscura como catalizador.

Me ayuda a procesar la llegada, a bajarme del avión o del tren. A delimitar, redefinir en algún caso o confirmar territorios propios.

Me ayuda a volver y a aceptar que uno nunca vuelve del todo.

A la salida del cine las cosas, por un instante, se tornan medio irreales. Como traspasar un espejo donde, si hubo suerte, podemos de pronto mirar distinto lo mismo y también a uno (el de siempre), pues hay cintas que si bien no te cambian, sí te despiertan zonas congeladas y conectan cables en desuso. Como pasa, por cierto, cuando se viaja -de aquí lo bien que pegan estas dos actividades.

Al regresar de un viaje reciente -donde también fui al cine (una de las cosas que siento que hay que hacer incluso cuando no se entienda el idioma) y vi Carnage, la última de Polanski, basada en una obra de teatro basada en una novela de Yasmina Reza- dejé la maleta en casa y salí disparado al Yelmo Ideal de Tirso de Molina al último pase del día (de la noche) a ver Drive, del danés Nicolas Winding Refn.


Una cinta melancólica, romántica, con un Los Angeles hipnótico de fondo. Llena de secuencias de acción y violencia de estetizado lirismo. Winding Refn cruza géneros (el noir con el de persecuciones de coches con el thriller...), hace guiños al cine ochentero sin complejos, sin eludir cierta cuota de gore incluso, y suelta una banda sonora irresistible de electro pop (Clif Martínez + College + Desire…) para narrar la epopeya silenciosa e interior de un héroe maldito: un conductor especialista para películas de acción de día, mientras por la noche presta sus servicios a delincuentes para darse a la fuga.

Un conductor sin pasado ni nombre, del cual no sabemos nada al comienzo y nada al final, salvo que se enamora de su vecina. Un verdadero héroe y un verdadero ser humano, como reza la estrofa de Real hero de College. Condenado por su naturaleza también, como los propios superhéroes. No por nada usa casi como su segunda piel una casaca con la silueta de un escorpión cosida a la espalda: su traje, su capa.

“¿Conoces la historia del escorpión y la rana… ?”, pregunta al teléfono a uno de sus clientes contemplando por la ventana las luces nocturnas de L.A., California, surcada de autopistas. Las mismas que él recorre como pez en el agua. Es la ciudad para alguien que se define tras un volante.

El espíritu del personaje encarnado por el notable Ryan Gosling (sus ojos imperturbables, sus movimientos mecánicos y desapasionados), de algún modo, se cuela como un dulce veneno adentro y produce esa clase de emociones difusas que pocas veces reconocemos, que contenemos.

Esa noche a la salida, con el viento frío de enero soplando en la calle, se me cruzaron imágenes de los días recién pasados con los fotogramas de Drive, y regresé caminando a casa entendiendo un poco más, sintiendo más, preguntándome no tanto quién era este anónimo conductor sino, acaso, quién no se deja nunca de ser… Al fin aterrizando en Madrid.

jueves, 9 de febrero de 2012

esta dulce bruma que cuelga como un panal



... por las melodías íntimas,
sus bandas infinitas,
las palabras privadas y concedidas,
por sus destellos,
los conciertos,
los desconciertos,
por las horas de soundtrack invisible
tan perceptible,
jade, almendra y los del desierto
su fantástico mondo di cromo que nos deja
poblado de monos tremendos, jabalíes y conejines, árboles y el sol a 18 minutos,
por haberla conocido a causa de sus canciones, sobre todo,
por todos aquellos con quienes no tenía lazo y bastó decir su apellido para tenerlo,
por abrir zanjas mentales que conectan con el alma...
tengo un montón de razones para al mismo tiempo sentirme agradecido y, cómo no, triste,
perplejo, porque al final todo tiene un término, una fecha y todo pasa,
y sin embargo hay cosas que permanecen más,
gente, canciones,
que siguen estando aquí "en libros, hojas, haces de luz..."