lunes, 20 de junio de 2011

lecturas primaverales

Varios de los libros que he leído, que aún repaso, releo, que me han acompañado y he disfrutado durante esta primavera –desde marzo hasta ahora, aproximadamente–, noto, son libros más bien breves, que rondan las 200 páginas. Ya sean de ficción o no, o híbridos. Ya sean gráficos, novedades recién salidas de la imprenta o publicados por primera vez hace más de un siglo.

He de admitir que, a pesar de que he abandonado un par de novelas que me han parecido sobrevaloradas, aburridas o que simplemente me han dejado frío (Richard Yates de Tao Lin, Las teorías salvajes, de Pola Oloixarac, por ejemplo, dos ejemplos de literatura hipster inflada por otros hipsters; o sea, poquísimo más que una mera moda), ésta ha sido una temporada colmada de lecturas muy estimulantes, cada una de las cuales me hubiese gustado compartir, recomendar, poder escribir acerca de ellas y describirlas por separado y en extenso, pero que –y para aprovechar el entusiasmo y no omitirlas sin más– al final me limitaré a tan sólo recapitularlas (mejor así), mientras la primavera en Madrid cede ante el aplastante calor seco del verano, que a ver si trae páginas que refresquen tanto como las de ésta estación que ya nos deja.


Severina, de Rodrigo Rey Rosa
En poco más de 100 páginas el guatemalteco se despacha una melancólica y misteriosa historia de amor y libros y amor por los libros, con un personaje femenino central, Severina, por la cual dan ganas de perder totalmente la cabeza. Otra vez RRR entrega una narración contenida, sin metáforas ni excesos poéticos, donde no sobra una coma.



I never liked you, de Chester Brown
El dolor de crecer, de no encontrar las palabras adecuadas para decir lo imposible. La adolescencia retratada en viñetas, episodios que podrían haber sido contados -cantados- por Arcade Fire, canadienses como el autor, si hubiesen compuesto “The suburbs” veinte años antes. Trazos limpios sobre fondo negro, con un componente autobiográfico que raya en el impudor, pero que de tanto forzarlo se transforma en una forma de sinceridad que es precisamente lo que le da hondura a esta novela gráfica de iniciación. Muy pronto me pondré a leer su último álbum, Paying for it, recién publicado.



Revelación de un mundo, de Clarice Lispector
Desprevenido, sin haberla leído antes pensado que era "Diamela Eltit", abro esta colección bastante autobiográfica y fragmentada de crónicas escritas para el periódico Journal do Brasil y me encuentro con frases como las que copio acá abajo:

“Era la levísima embriaguez de andar juntos…”
“Andaban por calles y calles hablando y riendo, hablaban y reían para dar materia y peso a la levísima embriaguez que era la alegaría de su sed…”
“…¡Cuánto admiraban estar juntos!”
“Hasta que todo se convirtió en no. Todo se convirtió en no cuando quisieron esa misma alegría. Entonces la gran danza de los errores. La ceremonia de las palabras desacertadas. Él buscaba y no veía, ella no veía lo que él no había visto, ella que estaba allí, sin embargo. Y él que estaba allí. Todo salía mal, y cuanto más se equivocaban, con más aspereza querían, sin una sonrisa. Todo porque habían prestado atención, sólo porque no estaban ya distraídos. Sólo porque, súbitamente exigentes y duros, quisieron tener lo que ya tenían…”
(pág. 249)



Cosas que los nietos deberían saber, de Mark Oliver Everett
Uno de los hits literarios de la escena editorial indi actual. Libro fronterizo de un hipster al cual se le perdona el pasarse de revoluciones consigo mismo, pues su propia biografía ya da por si sola para un libro y para haber hecho los discos que este músico barbón ha publicado bajo el nombre de Eels, a saber: siendo él todavía muy joven muere su padre, un destacado físico cuántico, mientras el joven Everett intenta reanimarlo. Le sigue la muerte de su madre, del manager de la banda y la tía azafata que iba en uno de los aviones secuestrados el 11 de septiembre, además del suicidio de su hermana adorada y perturbada como una cabra. Como si fuese poco, este libro también cuenta cómo un avión se estrella en la puerta de su casa. Y ¿qué hace el chico? Canciones. Y un libro: éste. Para sus nietos si llega a tenerlos, para vivir, para sobrevivir. Bonito, ¿no?



Formas de volver a casa, de Alejandro Zambra
Los ochentas en Chile visto por un niño. La clase media. Novela sobre cómo escribir la novela que está escribiéndose en paralelo. Las imágenes de Santiago, de las micros donde uno se quedaba dormido y aparecía en otro planeta, las nuevas villas de casas pareadas en comunas distantes. Crecer con el trasfondo de un país al que perteneces de forma vicaria, pues es el país de tus padres y no el tuyo. Relato más cabal que Bonsái, su primer “EP”, y a años luz de su segundo, La vida privada de los árboles.



Estrellas muertas, de Álvaro Bisama
Otro chileno, cuya última novela acabo de terminar en el metro de camino al trabajo. Una historia sobre los noventas y el marasmo de esa década en Chile, y en provincia además, donde no pasaba nada, donde la generación de aquellos que, como el autor, ahora promedian la treintena fueron –fuimos, pues yo estoy en el mismo target, dicho sea de paso– testigos de un tiempo que se diluía entre días iguales los unos a los otros, sin ton ni son, con el walkman atronando en nuestras cabezas. La época de Frei, del suicidio de Kurt Cobain y de revoluciones sofocadas con la tele prendida hasta la madrugada a ver si por fin uno era capaz de conciliar el sueño.



Relatos de Praga, de Rainer María Rilke
Dos cuentos con la fantástica ciudad checa de fondo, con la precisión poética de la prosa de uno de sus hijos más ilustres, pese a que escribía en alemán. Cito un par de pasajes, qué otra cosa podría hacer:

“… porque del pasado sólo poseemos aquello que amamos. Y queremos poseer todo lo que hemos vivido.”
(del Prefacio)

“… y se olvidaba, como siempre, que tal vez podía tratarse de una experiencia imperceptible, una de esas decepciones profundas y silenciosas que dan a las almas delicadas la oscura certidumbre de que las cimas y los abismos de la vida son cosas del pasado y que ahora empezaría una vasta, muy vasta llanura con pequeñas hondonadas y ridículos túmulos muy cansada de correr.”
(pág 40)


Romher, de Carlos F. Heredero
Gran repaso a la obra del gran Eric Romher. Posiblemente el libro que más he subrayado de todos los que he leído. Agudos, certeros análisis de sus películas, y muy bien escogidas citas del director francés provenientes de las más diversas fuentes. Cuando el autor de este ensayo –y director de la “Cahiers du cienema” made in España– deja hablar a Romher, en todo caso, es cuando más y mejor se van abriendo las puertas de su personal universo fílmico y, en último término, vital:

“Lo que me irrita, lo que no me gusta del cine moderno, es el hecho de reducir a las personas a su comportamiento. (…) De hecho, debemos mostrar lo que hay más allá del comportamiento, aún sabiendo que sólo se puede mostrar el comportamiento. Me gusta que el hombre sea libre y responsable. En la mayor parte de las películas, es prisionero de las circunstancias, de la sociedad, etc. No se le ve en el ejercicio de la libertad. Libertad que quizá es ilusoria, pero que existe incluso a este título.”
(pág. 45)


El malogrado, de Thomas Bernhard
Recuperación editorial muy acertada. Todas las marcas distintivas del holandés, que en este libro hace una disección brutal de la amistad entre tres sujetos, dos de los cuales sucumbieron ante el genio del tercero: ni más ni menos que el pianista Glenn Gould (el más grande intérprete de Bach, qué duda cabe). El que sobrevivió al centro de gravedad de éste, a su fuerza centrífuga, mejor dicho, es quien narra la historia. Un relato, como cabe esperar de Bernhard, duro, jodido, envenenado por todos sus costados, con personajes con el alma gangrenada. Pero absolutamente adictivo.

“Si algo nos estorba, tenemos que eliminarlo, había dicho Glenn, aunque sea sólo un fresno. Y no debemos preguntarnos antes si podemos derribar el fresno, con eso nos debilitamos. Si pedimos permiso primero, nos quedamos ya tan debilitados que puede resultarnos perjudicial, y tal vez aniquilador, según él, pensé.”
(pág. 72)


Papeles falsos, de Valeria Luisseli
Esta guapa y joven mexicana está haciendo que todo el mundo hable de ella. Y se lo merece, pienso, entre otras cosas por su capacidad para articular párrafos con gracia y estilo, frases que provocan el placer más primario de la lectura cuando fluye y echa a andar los engranajes del cerebro. Acaba de publicar su primera novela, Los ingrávidos, que ya ansío leer con las expectativas que me generaron sus muy libres ensayos compilados bajo el título Papeles falsos, donde habla de todo. Así cogiendo un poco al azar, de cualquier página, suelta cosas como:

“De esta manera, el exceso de definición que adquiere un semblante con el tiempo, y que culminaría tal vez en un monstruoso exceso de identidad –en una mueca–, se contrarresta con la simultánea pérdida de esa identidad. Es quizá por ese motivo que todos los bebés y todos los ancianos se parecen entre sí sin parecerse a nadie en particular.”
(pág. 19)


Diarios de bicicleta, de David Byrne
El enorme gozo de leer un libro de viajes lleno de reflexiones sugerentes, escrito con soltura y sentido crítico. Mini ensayos sobre arte, urbanismo, el mundo, los espacios donde vivimos y cómo los habitamos, visto desde las dos ruedas de una bicicleta por el ex líder de Talking Heads que, a estas alturas, es muchísimo más que eso. Y además una edición impecable, que da gusto, que jamás competiría con el más hi tech de los formatos electrónicos, que los sobrevivirá a todos. Para leer una y otra vez y después largarse a pedalear por tu ciudad y mirar todo mejor, más claro, con los ojos nuevos.

“¿Qué tienen ciertas ciudades y sitios, que promueven actitudes específicas? ¿Son sólo imaginaciones mías? ¿Conforma la infraestructura urbana la vida, el trabajo y la sensibilidad de sus habitantes? Sospecho que bastante. Mucho me temo. Todo este discurso acerca de carriles bici, edificios feos y densidad de la población no reflexiona sólo sobre estas cosas, sino también sobre en qué clase de gente nos convierten esos lugares.”
(pág. 300)


Los enamoramientos, de Javier Marías
Prefiero no decir más que soy fan total de Marías, con lo cual esta nueva novela suya ya me vale por todas las del año. Un breve ejemplo de la maquinaria intelectual y artística del madrileño:

“Supongo que también él necesitaba enemigos, alguien a quien echar la culpa de su desgracia. Lo que hace todo el mundo, por otra parte, las clases bajas como las medias y las altas y los descalzados: nadie acepta ya que las cosas pasan a veces sin que haya un culpable, o que existe la mala suerte, o que las personas se tuercen y se echan a perder y se buscan ellas solas la desdicha o la ruina.”
(pág. 81)