En fin, en una sala semi vacía, comencé por una canadiense: Curling, de Denis Côté.
Mis pocas referencias al cine canadiense, haciendo memoria a la rápida, se remiten a la no tan reciente Juno de Reitman, varias pelis de Cronenberg y algunas de Denis Arcand, donde -en las de este último- hay decenas de personajes con ideas políticas y seudo filosóficas, como es el caso de aquel tríptico compuesto por las -para mí- demagógicas y muchas veces vergonzosas La decadencia del imperio americano, Las invasiones Bárbaras y la insoportable La edad de la ignorancia, donde los personajes hablan un montón, se pelean, gritan, lloran, se abrazan y luchan por defender sus posturas, tan humanas todas, trascendentes, pero tan de cartón a fin de cuentas.
En Curling ocurre lo contrario. Hay apenas un par de personajes, y casi no hablan, las ideas son subyacentes al discurso, prima la extrañeza como única resistencia y el director apuesta más por una estética y un tono, sin renunciar a una o varias y complejas temáticas, que por ganarse la simpatía de los bienpensantes de turno.
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Curling es un juego sobre hielo donde los participantes lanzan una especie de disco que debe acercarse lo más posible a un centro.
Y aquí el dilema: ¿Hasta qué punto es buena idea acercarse al centro? ¿Hasta dónde es mejor mantenerse al margen? Porque la historia es la de un padre y una hija. Un padre que opta por criar a la niña en su casa, sin que vaya a la escuela, alejada de los peligros de la sociedad -aislada- en medio de un minúsculo poblado eternamente cubierto de nieve.
La película recuerda a Fargo en cuanto a los exteriores fríos y blancos, además de los toques de humor que a ratos afloran y sirven de contrapunto a la creciente angustia que se genera -elementos surrealistas como un tigre en medio de la nada, de la nieve- alcanzando, para mí, una forma bastante original de suspense, donde las historias no resueltas -que, por cierto, abundan- crean una inquietud genuina, distinta a la de cualquier policial o película de vampiros, aunque aquí también hay sangre, y no poca.
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