lunes, 29 de noviembre de 2010

en blanco

Ayer
Paso a buscar a Gus y observo la luz lejana del sol que se asoma tras la estación de Atocha al amanecer. Nos vamos al Retiro echando humo por la boca. Al llegar, una multitud de corredores estirando, trotando, meando tras los árboles y en rincones. Diez mil personas frente a la línea de salida, reunidas y prestas a completar los kilómetros que tenemos por delante de la mejor manera posible pese al frío.

Más tarde, en la cafetería que está a la vuelta de la casa de Gus, desayunamos junto a Puri, que ha venido a darnos ánimo. Me quejo un poco de la muchedumbre, comentamos los pormenores de la carrera y evaluamos nuestros respectivos desempeños atléticos durante la misma.

Corte. Estoy en la bañera, los músculos relajados y repasando la jornada matutina: disminuí en casi un minuto mi marca anterior en los 10 kms; nada mal para lo desentrenado que estoy-. Semisumergido y lidiando con el vapor que me empaña las gafas, termino la novela Quemar un pueblo del Pato Jara, que trata temas como la tolerancia, la diferencia y la dignidad de los marginados. Y que nada puede salir bien si se parte de la base de la exclusión como moral social, fenómeno que, por cierto, no dista demasiado -la exclusión, digo- de lo que podemos observar hoy por hoy no sólo en Chile, uno de los lugares donde transcurre la novela, sino en demasiados otros sitios.

Al anochecer, junto a mi amigo y flatmate Mauricio nos vamos al cine. Vemos Uncle boonmee who can recall his past lives del tailandés de nombre y apellidos impronunciables que ganó la Palma de Oro en Cannes. Un hombre enfermo espera la muerte. Tiene los días contados y lo sabe. Entonces se le aparecen –sentados a la mesa, mientras cenan- los fantasmas de su ex esposa y de su hijo que se hizo humo tiempo atrás y ahora llega convertido en una especie de hombre lobo con los ojos rojos. En medio de sus remordimientos por haber matado a comunistas con la misma conciencia de quien ha matado insectos, el moribundo parece transmutarse ante el espectador en otras vidas, como la de un pez, por ejemplo, que seduce a una princesa.
-¿Adónde iré después de muerto? –le pregunta al espectro de su difunta mujer-. ¿Al cielo?
-El cielo está sobrevalorado –responde ella.

Una película que tiene fantasmas, desdoblamientos, animales por doquier y zoofilia poética (?), una película llena de fantasía que exhibe entornos naturales hipnóticos, que hablan por sí mismos –bosques indescifrables, cascadas de agua, cuevas de piedra como un útero-, una historia desbordante de imaginación y que se toma el tiempo que le hace falta, pues su director debe tener claro que lo importante es llegar adonde quieres llegar aunque tardes, y no llegar antes a un sitio que no deseas.



Antes de ayer
Salgo por la mañana en bicicleta a recoger el número (dorsal) con que correré mañana.
Salgo al paseo del Prado y, ante la ausencia casi total de ciclovías, me meto alternativamente tanto a las veredas como a la calle. En un cruce de peatones intento subir la cuneta levantando la rueda delantera y me desplomo aparatosamente hacia delante, cayendo de bruces con los auriculares del Ipod todavía sonando en mis oídos. No me ha pasado nada grave, pero el manubrio de la bicicleta se tuerce y ya no hay manera de enderezarlo. Sospecho, incluso, que no tiene arreglo. Decido, no obstante, seguir mi camino y me echo a pedalear por la Castellana hasta Nuevos Ministerios.
A veces hay que seguir sin importar las caídas, me alecciono como para darme aliento, sin importar las heridas y los daños. Es seguir o devolverse.
Opto por seguir.

Horas después, de hecho, insisto: me voy pedaleando también al cine con mi bicicleta jodida.
Al llegar al Renoir de Retiro, la amarro a la salida en un poste y, por su aspecto, no temo que me la roben. Entro, me siento en la butaca y comienza Copia certificada, la última película del iraní Abbas Kiarostami, con la eternamente guapa Juliette Binoche. ¿Qué se cuenta? Un día en la vida de una pareja adulta. Un día partido en al menos tres instantes cuyas fronteras son apenas visibles. La seducción, la confrontación con el entorno y la aceptación de sí mismos. Personajes que se maquillan para seducirse, que asumen roles, que se reflejan en una pareja de recién casados, en una pareja de turistas y en otra de ancianos que ya no hablan para comunicarse; un hombre y una mujer que buscan conectar y esquivar la rutina que los marchita por medio de una serie de juegos de representación. Una pareja que, de algún modo, se sitúa a ratos en un gran fuera de campo con respecto a los demás –y los demás muchas veces somos los espectadores-, pero que gracias a la destreza de Kiarostami, no obstante, seguimos tan de cerca que, en las últimas escenas, la mirada que cada uno de ellos dirigen al espejo es una mirada vuelta hacia adentro a la vez que una mirada que nos interpela directamente. Pero, ¿cuál es el tema de la peli? El valor de la copia, del original, la imposibilidad –la inutilidad- de distinguir una de otra. ¿Las personas no somos acaso la resultante de una combinación de ADN preexistente y, por lo tanto, copias con variaciones de nuestros ascendientes (que a su vez son otras copias)? Pues para Kiarostami esta parece ser la única condición posible del cine –del arte- en la actualidad. Ésta es su película -según leía en una revista- menos experimental, la primera que no rueda en Irán (esta vez es en la Toscana, en Italia, donde unos personajes dicen, en determinado momento y en absoluto por casualidad, que la ciudad les parece un museo al aire libre), pero no la menos arriesgada; aunque de lenta digestión, me queda dando vueltas, reverberando como el coro de una canción que me suena pero no logro acordarme la letra.



Antes de antes de ayer
Después de la embrutecedora rutina laboral, de la cual no merece la pena reseñar ni estas palabras precedentes, llego a casa, descanso un rato y me largo a correr al parque. En un par de días será la carrera y mi condición física, desde que cumplo horarios y calendario, es cada vez peor. Pero no pienso darme por vencido. Me calzo las zapatillas y salgo al frío otoñal de Madrid repitiéndome una obviedad que, sin embargo, me ayuda: entre salir a correr, por mucha pereza que tenga o frío que haga, y no hacerlo, es mejor hacerlo. Y corro.

Hoy
Me asomo a la ventana en el trabajo.
Cae la primera nevada de la temporada en Madrid.
Dentro de unas cuantas horas podría estar todo cubierto de blanco.

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