Parece siempre implicar culpa o ser sinónimo de bajeza moral.
Hace poco le decía a una amiga a la salida del cine que suelo interesarme más por frivolidades que por el calentamiento global, la economía internacional, el hambre en África o la violencia en Latinoamérica. Y es verdad. Me preocupa más la programación de la filmoteca de mi barrio que las fechorías -consignadas a diario en la prensa, como en bucle- de mequetrefes y todo tipo de mafiosos repartidos por el mundo. Pero en días como hoy o como cualquier día, en realidad, al encontrarme una foto del rey de España en Botsuana con un rifle al hombro y un elefante muerto a sus espaladas o al leer las afrentas entre empresarios y políticos españoles y argentinos por petróleo, no sé muy bien cómo reaccionar, si con asco o risa, con indiferencia o enfado.
Todo parece moverse a toda velocidad. Pero en ninguna dirección. O en todo caso en la equivocada.
Para calmar la ansiedad me voy a la sección de cultura, a ver si hay mejores noticias. Y no: la crítica italiana ha destrozado la última película de Woody Allen, To Rome with Love, acusando al director –tal como pasó acá con Vicky Cristina Barcelona hace cuatro años- de abusar de lugares comunes, de apelar a una visión propia del “turismo más básico y trillado de la ciudad eterna”. Allen aclaró que se limita a plasmar las impresiones que tiene de las ciudades donde rueda y que no posee un conocimiento profundo sobre la vida política y cultural de Italia.
Faltaba más. ¿No hizo lo mismo recientemente con Midnight in Paris, su premiado y taquillero filme-homenaje a la capital francesa? Puede que Midnight in Paris sea mejor película –ya veremos–, pero también en ella abundan las postales, la mirada del turista. Sin embargo, con Vicky Cristina Barcelona los críticos y el público local se ensañaron acusando a Allen de cometer estas mismas “faltas”, sin reparar demasiado en que la historia estaba narrada desde la perspectiva de las protagonistas: dos turistas estadounidenses precisamente (Scarlett Johansson y Rebecca Hall). Por eso visitan la Sagrada Familia de Gaudí y van a museos de arte contemporáneo. Son turistas en vacaciones, ni más ni menos, durante las cuales descubren variantes del amor y la pasión, se acercan y se alejan de sí mismas, se atreven y se contienen como en medio de una fantasía o del cuento de hadas que deben asumir o no asumir antes de regresar a sus vidas. Son turistas pero no por eso, no por no mirar desde dentro y con conciencia cabal del entorno y sus códigos, no van a experimentar emociones reales y transformaciones profundas.
Después de todo, también las ensoñaciones de Owen Wilson en Midnight in Paris son las de un turista, las de un trasplantado que imagina su vida como una novela, entre libros y artistas y en otras épocas. Por eso no es de extrañar que la mirada de Scarlett Johansson al final de Vicky Cristina Barcelona en el aeropuerto, pronta a regresar a Estados Unidos, si al arribar a la capital catalana estaba llena de expectativas, ahora estuviese triste y ensimismada. El hechizo barcelonés comienza a disolverse, el cuento donde ella era un hada llega a su fin y sus ojos miran como cobrando conciencia que las hadas sólo existen en los cuentos, lo que no quita que esa existencia pueda significar o sentirla como más auténtica que la de su vida cotidiana.
La clase de cuestiones de las que suele ocuparse, en todo caso, Woody Allen en sus películas.
La clase de cuestiones, entre otras varias, por las que me gustan desde hace más años de los que me gustan las películas de cualquier otro director. Incluso estas "frivolidades turísticas" sin épica, siento, restablecen por un instante la armonía moral del mundo.
Así y todo, me pregunto si debiera culparme por quedarme pensando en estas cosas –ah, la frivolidad– más que en los elefantes del rey o el petróleo en Argentina. Reyes, políticos deshonestos, abyectos o tarados abundan, así como turistas, pero como Woody Allen no hay tantos, por mucho que adopte la visión de uno de ellos en sus últimas pelis. Y qué tanto.
Hasta ahora, he de admitir, no había experimentado el menor deseo de visitar Roma. Por prejuicio hacia los tópicos, porque imagino hordas de turistas haciendo cola afuera del Coliseo, puestos de pizza y esculturas en cada esquina e italianos con gafas D&G doradas creyendo que se ven elegantes… Pero quizá, cuando estrenen To Rome with Love, me entren ganas al fin de visitar esta ciudad aunque sólo sea porque la filmó Woody Allen.
Pues a mi me entraron ganas de ir a Roma cuando vi la serie del mismo nombre. Y eso que la Roma de ahora no tendrá mucho que ver con la de entonces... (y menos con el Vaticano de por medio...). Qué descubrimiento Alejandro! No sabía que tenías un blog ^_^
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