Tres libros gráficos muy distintos entre sí que han marcado mis dos primeras semanas de febrero.
El primero: Los gatos son raros y más observaciones, de Jeff Brown, quien ya antes, hace un par de años, había entregado un primer álbum sobre gatos, Gato saliendo de una bolsa, donde recreaba las chistosas andanzas de una minina llamada Misty. Ahora hace algo similar pero apuntando escenas cotidianas en la vida de dos gatos que un día llegan a instalarse en la casa del también autor de Clumsy, homenajeando una vez más -y nunca es demasiado- a estas adorables criaturas peludas y misteriosas que duermen, que nos analizan, que nos quieren y se mofan a la vez, que juegan, adornan y, de algún modo, cuestionan -enriqueciéndola- nuestra imperfecta existencia humana.
Desde Perú, donde, por lo visto, no sólo su inmensa producción literaria, sino también el cómic y la narrativa gráfica constituyen un rico universo poblado de autores y propuestas a descubrir, llega a mis manos Islas de Rodrigo la Hoz, quien en este álbum, ganador de un concurso en su país, propone una divertida y a la vez inquietante reflexión sobre las drogas, la incomunicación, la soledad, la naturaleza, los insectos, el aislamiento y los mundos interiores de sus personajes a lo David Lynch, cruzando todo esto con una estética tipo Cris Ware, pero (aún más) lisérgica.
Y por último, el grandioso regreso de Daniel Clowes con Wilson, una novela gráfica construida a partir de páginas con historias que se resuelven de forma independiente, pero que en conjunto articulan una historia mayor, tanto en la forma como en el fondo, y que pone en primer plano a un personaje enorme, mínimo pero brutal, que -no me extraña- ha despertado reacciones de todo tipo, desde una simpatía absoluta -de culto- hasta la repulsión visceral. Sin embargo, adivino que ni una ni otra actitud es la que corresponde asumir ante una obra de este calibre, pues Wilson, un cuarentón amargo y solitario, más allá de sus virtudes y defectos -como todos- nos interpela en nuestra dimensión más íntima, aquella que, por lo general, ocultamos, nos descubre un lado no siempre agradable, aunque real, confrontándonos con un mundo alienado, quebradizo y enfermo, y velado por las apariencias de una sociedad, un orden que, no obstante, está siempre a punto de estallar en mil pedazos.
Posiblemente su trabajo más contundente desde Ghost World. Tal vez mejor aún que éste, lo que no es poco decir, como sabrán aquellos que hayan tenido la fortuna de adentrarse en el fantasmal mundo de Rebeca y Enid, el par de adolescentes que, entre paréntesis, fueron interpretadas en una más que correcta adaptación cinematográfica por ni más ni menos que Scarlett Johansson y la -acá- inolvidable Thora Birch, bajo la dirección de Terry Zwigoff y junto a la gran -gran- figura de Steve Buccemi en un rol semiprincipal.
Pero el tiempo ha pasado y Daniel Clowes ya no habla de adolescentes dañadas sino de seres en su plena madurez (cercanos al Ignatius Reilly de John Kenndy Tool), a quienes la vida les ha pasado por encima y de pronto se encuentran sin puntos de apoyo. Sin concesiones, sin complacencias de ninguna clase, Daniel Clowes se muestra más rabioso y honesto que nunca.
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