Todo cambia, los gustos, las motivaciones y la manera de entender el mundo y a nosotros mismos.
Pero algunas cosas no.
O no demasiado. Al menos en apariencia.
Foo Figthers, la poderosa maquinaria pesada que timonea Dave Grohl, es una de las pocas bandas que, junto a Perl Jam y pocos más, han podido envejecer no sólo con dignidad, sino incluso mejorar siendo fieles a un rock a la vieja usanza, analógico, rabioso, guitarrero, de camisetas negras, tatuajes y coros cargados que de tanto repetirlos se te clavan en la memoria y se convierten en consignas, en mantras privados y generacionales, un rock a la caza constante de esos tres acordes que, combinados, pueden conseguir un efecto similar al de la pólvora.
“Es así de sencillo, ¿para qué queremos computadoras?”, preguntaba anoche, en Madrid, el ex batero de Nirvana después de soltar uno de sus numerosos hits, el más nuevo de ellos: Walk.
Y fue esta la actitud que predominó durante las 2 horas y media de concierto.
Una banda de fines del siglo pasado que está hoy en gran forma, plenamente vigentes –no son en absoluto un revival de sí mismos como tantos otros e indecorosos ejemplos– y tocan las canciones de su último disco, el tremendo Wasting Light, con la misma contundencia que sus primeros y arrolladores singles, como Breakout y Monkey Wrench.
Pero ¿cómo se hace para mantener la intensidad, la energía y que las estrofas sigan transmitiendo el nervio con que fueron compuestas y cantadas hace quince años?
Actuando.
Tal vez Foo Fighters no ha cambiado tanto en esencia –se han resistido, han resistido–, pero ahora actúan.
“Hace 10 años, si hubiese tenido que tocar ante tal cantidad de público”, decía Grohl mirando fijo a las 18 mil personas que llenábamos El Palacio de los Deportes, “seguramente me hubiese cagado de miedo… Pero la verdad es que ahora me siento como en casa”, remató un poco zalamero, aunque honesto.
Es lo que pasa, tal vez, cuando uno decide no cambiar y ser por siempre fiel a la idea que escogió para sí mismo: comienzas a actuar, a actuar de ti, y ya sin miedo, sin que te de vergüenza mostrarte, lo que te podría dar vergüenza, ahora, es mostrarte distinto, algo que no deja de ser una paradoja para un rockero que además defiende los códigos básicos del way of life rockero.
Hace quince años yo no escuchaba a FF, ni hace diez. Los derivados del grunge me tenían un poco cansado, supongo, los miraba incluso con algo de desdén. Mi interés real y el entusiasmo por la banda, han surgido hace poco.
Ahora camino por la calle con sus canciones atronando en los auriculares de mi Ipod, como impulsado por ellas. Pero, con todo lo muy bueno y potente del concierto que ofrecieron anoche, no puedo dejar de pensar en cómo hubiese sido verlos antes, cuando se cagaban de miedo posiblemente frente a un público, otro, que todavía estaba de luto por Kurt Cobain.
Rockeando más allá del "rock and roll".
te imaginé escuchando y mirando ese concierto, la música te cambia el semblante, cuando tienes una guitarra y cantas, te brillan los ojos y te ves felíz, es hermoso verte así, una recreación que es de esas que se quedan
ResponderEliminarabrazos
Leyendo tu crónica del concierto me llevó a una pregunta que se hizo Saramago cuando presentó El viaje del elefante. Cito: “Aquí de lo que se trata es de saber no si estás escribiendo mejor que antes, lo que sí se trata es de saber si lo que tú has hecho ahora, podías haberlo hecho antes, y la respuesta, por lo menos en mi caso, es no”.
ResponderEliminarGus