La historia de un hombre que no paró de correr. La historia de un atleta, claro, pero sin olvidar que un atleta es siempre más que sólo eso, más que un deportista, sobre todo en el caso del checo Emil Zátopek, el corredor de fondo que batió todos los récords, que de algún modo inventó una forma inimitable de correr, de enfrentar las carreras, en medio de una convulsa Checoslovaquia primero invadida por los nazi y después por los soviéticos, con un leve respiro durante la Primavera de Praga. Zátopek corría como si se fuese a acabar el mundo, con la cara desencajada, haciendo aspavientos con los brazos y meneando la cabeza, dando zancadas irregulares, ignorando las técnicas del atletismo profesional, sin más técnica en realidad que la dictada por él mismo. Y así ganaba todo, con ventajas humillantes sobre sus adversarios, con una facilidad pasmosa. Un hombre que tal vez veía en el acto de correr una forma de libertad ante los numerosos sistemas de control que había en su país y en el mundo.
Su historia no es trágica ni tampoco divertida. Es excepcional, eso sí. Algo que en gran parte me atrevo a aseverar después de leer la intensa y breve novela del francés Jean Echenoz, quien escribe este relato de fondo como si fuese un sprint, del mismo modo como el propio Emil enfrentaba sus carreras: podía tener los 10 mil metros o la maratón (42 kms) por delante y, sin embargo, corría como si fuese una prueba de velocidad, desconcertando a sus oponentes, desafiando a las capacidades humanas, y, por supuesto, ganando invariablemente. Echenoz, por su parte, con un estilo seco que más bien resulta depurado, recrea 40 años de vida y de historia a la velocidad de un rayo, en esta falsa biografía llena de verdad, llena de humanidad y sentimientos aunque nunca se los nombre.
Correr es fascinante, absorbente, de escritura apasionada y apasionante, dan ganas de leer la novela más lento de lo que se lee, de quedarse un rato más con cada párrafo, con cada prueba que gana Emil, “la locomotora humana”, lo apodaban. En Checoslovaquia lo consideraron héroe nacional (no era para menos), pero dado el apoyo que manifestó al líder checo Alexander Dubcek (quien buscaba reformar el comunismo imperante en el país), fue expulsado del partido comunista, impedido de competir en pruebas internacionales y relegado a labores como barrendero para subsistir junto a su esposa, una destacada lanzadora de jabalinas.
Un libro que en lugar de dejarme agotado y con la lengua afuera, me ha dejado –tal como ocurre cuando me echo a dar vueltas al parque del Retiro corriendo- cargado de energía, con las pilas nuevas, con ganas de más.
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