Pero el nuevo cine alemán o, más bien, el de la llamada Escuela de Berlín, opera al revés, es realista y estilizado como cierto cine oriental de corte minimalista, y por lo visto -por lo leído, sobre todo, ya que dentro y fuera de Alemania su difusión ha sido exigua o limitada a festivales independientes- tampoco es tan nuevo. Sus orígenes están en medio de los noventa y se desarrolla durante los dos mil.
A este período precisamente corresponde -además de, según creo, capturarlo- el primer largo de María Speth, In den Tag hinein (2001), cuya traducción sería “Entrado el día” o “Bien adentro del día” o “En el fondo del día” aun cuando en inglés se simplificó como The days between. El dato no es superfluo pues no por nada buena parte del filme transcurre a esas horas cuando todavía no es de noche pero tampoco de día: la hora azul o mágica, que puede ser poco antes de que amanezca o de que anochezca, y es cuando los jóvenes protagonistas –dos adolescentes tardíos– discurren y juntan sus soledades, estirando las horas del día o la noche hasta transformarlas en un tiempo fantasmal y perfecto para que tengan lugar sus citas.
Lynn (Simone Timoteo) reside en el departamento de su hermano junto a la familia de éste: su esposa y sus dos hijas. Vive en una habitación y en el cuarto de baño más que en la casa misma. Trabaja de cajera en un comedor universitario y de go go dancer en un club. En la medida que se distancia de su novio, un pragmático y frío nadador más interesado en entrenarse que en ella, conoce a Koji (Hiroki Mano), un estudiante japonés que apenas habla alemán pero con quien dará paseos en bicicleta, robará en un centro comercial y se emborrachará mirando los aviones; con él compartirá un sentido de libertad y ligereza que no logra con los demás. Koji, por supuesto, se enamora de ella, y su éxtasis (ilustrado en un notable y solitario baile al ritmo de Miles David mientras Lynn yace ebria en su cama al amanecer) se entiende a partir de una de las premisas de esta película: máximo de conexión con el mínimo de palabras o ninguna.
Por esto no es de extrañar que Lynn se comunique más y mejor con quienes no puede usarlas, con Koji, desde luego, o con una de sus sobrinas que es muda y con quien habla a través de señas, transformando los silencios, el silencio, de pronto, en una extraña forma de comunión al mismo tiempo que la alejan de su vida real sujeta a responsabilidades y compromisos, sumiéndola finalmente en el fondo de sí misma.
Maria Speth, la directora, comprende lo que enunció como dogma artístico Vladimir Nabokov: “en el arte elevado y en la ciencia pura el detalle lo es todo”, y acentúa la condición de su heroína al mostrarla tras el reflejo de vidrios o frente a espejos quitándose el maquillaje o metida en la bañera donde flota -languidece- a diferencia de su novio que nada a toda velocidad. Y así, vía planos largos que se suceden como los días, con y sin aparente sentido, una minuciosa observación y un preciso control del ritmo que impone al espectador un nivel de atención suficiente como para implicarlo (o aburrirlo según la paciencia y concentración de éste), sabemos de Lynn y asistimos a sus tribulaciones y adolescencias que, en lugar de conducirla hacia una posible adultez o estabilidad emocional, la sitúan en un punto muerto, en un callejón sin salida frente a un mundo al que siente que tiene que rendir cuentas aun cuando ni siquiera crea en él.
La película de Speth, pese a su enorme contemporaneidad, en este sentido, comparte más rasgos con ese género literario tan alemán que es el romanticismo de fines del siglo XVIII: la prevalecencia de los sentimientos sobre la razón y la técnica, la melancolía, la búsqueda de libertad versus el aislamiento, el amor y la muerte, la desesperación existencial del individuo frente al choque que le supone la realidad y la preferencia por paisajes naturales que den cuenta de sus tumultuosos sentimientos, que en este caso son urbanos, impersonales y berlineses, paisajes de cemento donde Lynn y Koji se acompañarán en eventos nada extraordinarios pero dotados de una gran carga emocional, que es lo que se resalta finalmente en cada plano. ¿De qué otra cosa -parece decirnos la directora- puede servir una historia si no es para dar cuenta de las emociones humanas?
En In den Tag hinein además las provoca.
*por cierto, se puede ver (gratis) aquí.